Bajo un sombrero de gamuza estampada, ella va ocultando sus pensamientos, y aprisa dirige sus pasos hasta su hogar. En el camino y con cada pisada va matando sospechas, a veces siente que ya ha muerto, tal vez más de una vez, rodeada de hojas secas y cúmulos grises en cielos abriles. Detenidamente va escudriñando, uno a uno, los adioses envueltos en sentimientos eternos, y con la vista baja y sus pupilas hechas de ocasos en solitario, busca su rumbo a casa (tal vez hacia sí misma). Se arropa el cuello con angora, para evitar que se escarche del abandono de suspiros cálidos que antes le calmaba el frio. Hay tardes en las que admite que no ha olvidado, tardes en las que comienza a besar el recuerdo de alguna vida pasada, una vida en la que la ausencia agonizaba entre los brazos de su amado, cierra los ojos y extiende su brazo en busca de aquella mano compañera, pero sus dedos solo se entrelazan con el aire congelado. La interrogante se afila en su venas ¿se acabará el amor sólo porque no le vea? Y siente como un sauce llorón va naciendo en su pecho.
Pero continúa su camino a casa, la misma que la acoge cuando los segundos caen lentos y húmedos, acompasados de rugientes soplidos en las noches tormentosas, mientras el romper de las olas que azotan la arena no le dejan conciliar el sueño, torturándole de paso los pensamientos. Abrazada en abandono permanece, única habitante de la Casa Gatico, donde antaño se hospedaban sueños de extrañas fronteras, y sin perderse una puesta de sol, espera a quien venga por ella, a llenar la ausencia del color, quien le ayude a quitar los recuerdos que deambulan convertidos en sombras. Hasta entonces, va tejiendo esperanzas por cada rincón de su casa, todas las noches esparce un puñado de polvo lunar como ritual sagrado en su alcoba, intenta rasgar las tinieblas en busca de su mirada y de reojo contempla a través de su ventana el anhelo insatisfecho de encontrar una silueta compañera que este a su lado en cada ocaso… y en su propio ocaso, puede ser?
Pero continúa su camino a casa, la misma que la acoge cuando los segundos caen lentos y húmedos, acompasados de rugientes soplidos en las noches tormentosas, mientras el romper de las olas que azotan la arena no le dejan conciliar el sueño, torturándole de paso los pensamientos. Abrazada en abandono permanece, única habitante de la Casa Gatico, donde antaño se hospedaban sueños de extrañas fronteras, y sin perderse una puesta de sol, espera a quien venga por ella, a llenar la ausencia del color, quien le ayude a quitar los recuerdos que deambulan convertidos en sombras. Hasta entonces, va tejiendo esperanzas por cada rincón de su casa, todas las noches esparce un puñado de polvo lunar como ritual sagrado en su alcoba, intenta rasgar las tinieblas en busca de su mirada y de reojo contempla a través de su ventana el anhelo insatisfecho de encontrar una silueta compañera que este a su lado en cada ocaso… y en su propio ocaso, puede ser?